Estaba
sentado en un banco del andén esperando el “Rías Bajas” y ojeando una revista
cuando la vi que se acercaba y recordé que alguna vez había oído decir que
cuando había una mujer cañón a 300 metros a la redonda se la detectaba sin
siquiera proponérselo, como si ella ejerciera algún tipo de atracción visual
involuntaria.
Y esto fue
algo parecido, sin saber por qué levanté la mirada y la vi. Venía hacia el
andén cargada con una mochila pesada al hombro. Se movía con expresión de
calma, despeinada, paciente e indecentemente apetecible. Pero es que además
ella sonreía escandalosamente bien. Y mucho. En esos diez minutos que se demoró
el tren, la vi sonreír mientras hablaba por teléfono varias veces, y en tres de
ellas rió con franqueza muy ruidosamente. Un auténtico manjar.
La verdad es
que aunque la chica destilaba estímulos me daba pereza abordarla con algún
ingenio, entablar conversación, aguijonear, intentar despertar la
curiosidad...etc.
No me sentía
especialmente fuerte esa noche, y este tipo de perlas deben recogerse con el
equipo adecuado. Has de sentirte un ganador antes de acometer este tipo de atropellos si
no quieres que tu dignidad zozobre en el intento. Y esa noche yo era algo más
parecido a un colibrí cansado que a un chulapo de Madrid. Aun así no dejé de espiarla, porque soy un poquito
voyeur, aunque el colmillo permanecían en posición de descanso.
Una vez que
llego el tren, subí busque mi asiento, me acomode, y apoye la cabeza en el
cristal de la ventanilla, siempre me gusto eso de dormitar en el tren, pero
esta vez no podía. De pronto la veo que acaba de entrar en mi vagón. Está casi
vacío pero ella coteja el número de su billete y sigue descartando asientos.
Así hasta pararse en el pasillo a mi altura. ¡Bendito sea el hombre que nos
vendió los billetes, que nos unió con un click para deleite y sobreexcitación
de mis sentidos! Así, juntitos. Olía a jazmín y picante dulce. La vida es
maravillosa, amigos.
Se arrellanó
en el asiento y sacó un librito de su mochila. "Cama redonda" de
Peter Black. Creí estar dentro de un sketch de TV y entonces ante semejante
coyuntura sacaría mis dotes e interpretaría una dulce opereta de seducción.
Pero no lo hice.
Me quedé a
su lado sorprendido por la nitidez del calor corporal que me llegaba,
observando disimuladamente cómo se mordía los labios al concentrarse para leer.
La veía Extasiada, hipnotizada con la lectura. Cerré los ojos. Así podía oler
mejor, incluso seguir el compás de su respiración. Me imaginé desnudándola
despacio, pero con avaricia, y entre un collage de imágenes dementes,
caprichosas y obscenas me dormí.
Me desperté
en Madrid, última parada. Ella ya no estaba. Tuvo que recoger sus cosas con
infinito cuidado para no despertarme, Sólo quedaba el billete sobre su asiento
vacío, y un placentero calambre en la sangre, del sueño de lo que pudo ser y no
fue
2 comentarios:
Que gusto dormir las 8 horas, hijo. Cuando yo tengo que hacer el trayecto es como llevar todo el rato una chincheta debajo del culo.
La próxima vez, tómese un café en el vagón bar, despéjese y dígala algo (si vuelve a aparecer, ella o una como ella).
Lo del calambre en la sangre me ha gustado especialmente.
Un beso. (perdone el rollo)
Mi querida Dalicia, tomare en consideracion el consejo, aunque en vez de cafe prefiero whiski, me alegro que le gustase el calambre, yo suelo tener uno casi todas las noches, Y estare especialmente atento en mis viajes a Madrid, ahora que se de su existencia
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