Se denomina peralte a la curva trasversal que se
da en las curvas propiamente dichas, con el fin de compensar la fuerza
centrífuga o inercia. y ella sí que tenía un peralte magnifico, pues tuve que pellizcarme varias veces en el antebrazo
después de que ella me saludase con dos besos, en realidad me pellizque tan
fuerte que la próxima semana tengo cita para que un cirujano plástico me
reconstruya el antebrazo por culpa de mi inercia hacia delante
Yo siempre dije que la nostalgia es necesaria y
es lo que mueve al mundo y sobre todo sirve para que podamos volver a
acostarnos con nuestras ex a pesar de su peralte
Siempre es un placer ir a un sitio caro, pagar el
triple de lo que algo vale y que encima te hagan sentir un idiota. Pero eso
poco importaba puesto que la mujer de maravillosos ojos verdes había rebajado
sinuosamente su peralte, y eso
casi valía cualquier suerte de humillación.
Al bajar del coche casi encima de la arena de la
playa, la vista era magnifica, en el
horizonte, un suntuoso navío se hacía escuchar con autoritaria música de
trombón, y Las gaviotas, allí en lo alto, con sus lastimeros graznidos,
avizoraban sus argentadas presas, mientras yo hacía lo propia con la mía
La había conocido la noche anterior en un Pub de
moda del centro y pese a las limitaciones
idiomáticas, intercambiamos fluidos como cándidos quinceañeros.
Cuerpo altivo, talle menudo, liso cabello
atezado, hocico romo, párpados caídos, rasgados ojos de perenne estreñimiento y
piel de porcelana, nívea tal pollastre del Carrefour.
Era China. Quizás camboyana o vietnamita.
Coreana tal vez. No lo recuerdo pero esa mujer despertaba los vetustos secretos de nuestra
existencia, los más brumosos legados de la simiente de los troglodíticos
primates e incontroladas erecciones ecuestres.
Ella poseía la lujuria de una venus oriental, era
la cacique de la sensualidad, emperatriz del erotismo, sus pechos descollaban
con un busto casi perfecto, heleno, ubérrimo. El escote que los adornaba
abrazaba delicadamente unos pezones que se adivinaban pétreos, exuberantes y
perfectamente cilíndricos bajo la pulcra tela de la camisola de colegiala.
Mientras su mirada escrutaba mi pecho y continuaba
bajando, su grácil melena era brizada
por el viento, y su rozagante flequillo, leal confidente, abrazaba su albina
frente, la contemplé con deseo, impudicia, liviandad.
Su mano bajo de mi pecho hacia el abultado
paquete y nuestras fogosas miradas se
encontraron y bailaron un chotis interminable, mientras nuestros cuerpos se
aproximaron cada vez más y las cinturas, isócronas, esbozaron una soldadura
carnal.
Mis dedos se movían sorprendentemente ágiles,
veloces, llenos de vital entusiasmo por el liso vientre que convergía en el
oscuro monte de altos y negros ciprés, sus posaderas firmes y epicúreas, embaladas
por tersas medias sensuales y finas, se descubrieron y emergieron como lo hace
día tras día el sol por el oriente. Parecían ondear y levitar con
bravura.
Sus caderas sinuosas, con un arte que envidiaría
la más marrana de las danzarinas, esbozaban un velludo isósceles, empapado de
secreciones libídines.
Hipnotizado por aquella apertura vaginal,
acaricié su pubis, deslizando con maestría mi dedo índice hasta
localizar el punto adecuedo.
Note una mano en mi hombro, y escuche : está en verde! a que esperas, …….
Me di cuenta entonces que el semáforo había cambiado, y que el peralte de la curva seguía estando
en el mismo, esperando alguna inercia
para saltárselo
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