Mi estimado amigo Miguel en una mañana lucida de lunes,
mientras caminábamos por las aceras revisando el bien hacer de albañiles en las
obras de diversos edificios de la ciudad, comentábamos sobre las habilidades de
ciertos individuos de la esfera social que nos rodea, llegando a la conclusión
de que son unos elementos hábiles con la
palabra, rápidos con las manos, mentirosos, tramposos y tentadores.
Para ellos no existen fronteras, su ámbito de trabajo es todo
el planeta; y su jornada laboral,
indeterminada. Sus clientes son cualquier ciudadano que les preste atención y
quede embelesado por el embrujo de sus sonrisas y sus mensajes. El perfil de
sus víctimas es variado; el joven inocente que quiere cambiar el mundo, el ama
de casa avispada que pretende la compra mas barata, el malicioso anciano en
busca del capricho, el trabajador desesperado, el pícaro estudiante de
sociología, el parado en busca de trabajo, el letrado listillo, el despistado
transeúnte, el señorito avergonzado o el juerguista trasnochado.
Cualquiera puede
caer en la invisible red del dador de
ilusiones, los he visto como actúan en Santiago, en Pontevedra y en Ourense,
incluso los vi actuar en Valencia y en la Barcelona cosmopolita. Sus herramientas
favoritas son el arte de la palabra, los papeles, los contratos, incluso cubiletes
y cartas, o cualquier elemento que cree
cierto grado de confusión, Una vez que
el sorprendido votante ha adoptado una
solución, ya no hay remedio; no vale desesperarse, arrepentirse, llorar,
desgañitarse o patalear; la irreversibilidad es firme. Por lo que la no
sentirse engañados por trileros, Condes, y Barones. Por lo que la mejor solución para evitar estos malos es mirar a la izquierda con igualdad y solidaridad, sin prestar atención
a esos trileros travestidos a vendedores de ilusiones.
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