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Jack Vettriano 1976 |
Para no querer se arrimaba
mucho, pensé
El ambiente estaba muy cargado,
una niebla de humo de tabaco rodeaba las mesas del garito, apenas se distinguían
las figuras a contraluz de las luces rojas y negras, una melodía triste se
escuchaba entre el murmullo de los intercambiadores de fluidos. Pero ella
destacaba en la penumbra con su melena rubia rizada, estaban sentados ambos los
dos en la mesa contigua, el un varón esmirriado en mangas de la camisa
manteniendo el gorro ladeado, como de musico de jazz venido a menos y un
pitillo en su mano izquierda, ella parecía una diosa rubia con su vestido largo
negro, su escote permitía adivinar todo, y la abertura lateral del vestido
regalaba la vista con unas piernas largas cruzadas y una bonita liga violeta en
su muslo.
Sin ser yo un cotilla atento a
lo que ocurría en esa mesa contigua, sino mas bien porque mis ojos no lograban
separarse de la liga violeta, pude escuchar como ella le decía:
Cuanto más triste es la
despedida, más alegre es el regreso. – le dijo ella
El permaneció callado, y no le
pregunto nada, ni ella le conto más, solo lo miro desde el otro lado de la mesa,
le dio una calada larga al “camel” y le envolvió con el humo.
Después de un tenso silencio
regado con humo, el dijo: De niño te soñé sin verte durante años, somos amantes
y el mundo es nuestro si quieres.
Mañana parte mi marido, y no
puedo evitar la sensación de que se acaban mis días de tarjetas de plástico al
infierno o la gloria, depende el punto de vista. - dijo ella
Entonces, el asió sus manos
sobre la mesa y mirándola fijamente a los ojos le dijo: Pasear a vuestro lado
por la vida señora, ha sido muy agradable
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