Un colega amigo mío, se levantó
temprano un día por la tarde, y no es que trabaje de noche, sino que no le
gusta madrugar, él es que es así, un poco especial para esas cosas del laboro. Tan
lucido se despertó que escribió a lápiz la siguiente reflexión:
Un charlatán sólo necesitará
saber, si el público al que habla sabe mucho o poco del asunto que va a tratar,
porque cuanto menos sepan mejor, ya que así resultará más fácil embaucarles. Y
no importará si él sabe mucho o poco, porque como quienes le oyen no saben
nada, no podrán rebatirle ni una sola palabra… Y así el bobo, pasa por sabio.
Cual locuaz estratega del
juego de naipes, enseguida contrapuso al orador, esa otra figura del púlpito (que
no palpito) al tratar de meterlo en el mismo saco de los charlatanes, ya lo dijo
hace algunos años Socrates (en el Fedro) en referencia al asno y al caballo
Si tenemos en cuenta que un
buen orador será docto en la materia que habla, no importará cuánto sepa de
ella el público al que se dirige, porque sabrá explicar el asunto al nivel que
se merecen para hacerlo comprensible. Eso sí, tendrá que saber a qué público se
dirige, si a expertos o legos, para adecuar su discurso (recuérdese el asno y
el caballo, que la diferencia parece que solo son las orejas largas)
Es decir, para finalizar el
tema de mi amigo el vago, recordar que el charlatán, ignora de lo que habla,
elude la verdad y solo aparenta tenerla, y no solo es dañino porque tenga
intención de engañar (que de estos hay y muchos), sino porque ni tan siquiera
sabe que los frutos de su ignorancia pueden tener consecuencias fatales,, por lo que dejemos de
fijarnos en la floritura y fijémonos en el contenido y no en el continente por
muy atractivo que se presente.
La moraleja del asunto asunto que la hay, casi todo el mundo la conoce, por lo que no voy a extenderme más en ella, mas
que nada porque pienso que todavía no has tomado el vermut, y eso es
imprescindible para aflojar la lengua, que no el oído.
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