La verdad es que hay pocos, pero los pocos que hay, se
hacen notar demasiado
Tenía la mirada perdida hacia la ambarina laguna, que
esa mañana centelleaba con una espectral luminiscencia expedida perversamente
por un sol garfioso.
El reposo tras toda la noche de ímproba huida hacia adelante
a través del desangelado páramo en otra hora repleto de erguidos nogales y hoy convertidos
lamentablemente en leña.
Quietud. Calma. Apatía.
Inactividad. Indiferencia. No percibió señal
alguna de persecución, ningún zarandeo de pisadas, ninguna voz. Tras doscientos
días y varias noches en blanco, desde el hurto de la tajada de poder, no ha
logrado despistarlos.
Pero ya era tarde, lo habían localizado vía satélite. Se dio
cuenta de ello y entonces con trémulo pulso, vigilando el macuto dónde escondía
la carnadura del poder sustraída, empuñó su punzante daga y con precisión
parkinsoniana la inyecto en su velludo ano. Con radiales y desgarradores
movimientos consiguió extraer el chip de localización que aquellos cabrones le
engarzaron por vía rectal.
Su disculpa frente a los de la papeleta fue: ¡¡ Me jode Perder ¡!
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