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jueves, 8 de marzo de 2012

EL AMOR DE HOMBRE

Hace unos días, en una cena de amigotes me contaron la anécdota  de una experiencia que le paso a un compañero Gilipollas de la red, pero simpático, agradable, aunque un poco gordo. Según parece ocurrió un viernes por la tarde y,  me dijo que sería delicado, que aseguró que iba a dolerme y cada una de estas amables palabras la acompañaba del apretón de un breve abrazo sobre mi hombro. Su voz sonaba cercana y agradable. Su aliento era cálido y olía a caramelos de menta. De esos que comías en el cine cuando eras un niño, de esos que saboreabas cuando todo era sencillo, cuando los problemas no existían. Quien me decía todo eso no era una mujer sino un hombre pero los géneros comienzan a difuminarse en uno solo cuando el cerebro emprende el camino por el sendero de la felicidad. Era un hombre quien me decía todo aquello. Era un hombre quien pretendía profanar mi cuerpo. Pero era un hombre de voz aterciopelada, un hombre amable, un hombre del que me hubiese enamorado de no ser yo obstinadamente heterosexual. La mayoría de ustedes están convencidos de saber lo que quieren, lo saben cuando entran en un bar, cuando se disponen a comprar un vino, cuando observan a las personas del genero contrario en la discoteca y deciden a quien invitar a un Gin-Tonic, a bailar o a lo que surja. Seguro que todos y cada uno de ustedes saben lo que hacer o que escoger. Yo creía que también lo sabía pero sucede que cuando alguien me sobrepasa con sus habilidades, comienzo a confundirlo todo. Y aquel hombre estaba a punto de hacerme romper mis mas férreas (y heterosexuales) convicciones. 

-Solo será un poco, la punta -dijo sonriendo al tiempo que mostraba una maravillosa y blanca dentadura.
-Tengo miedo, nunca lo hice antes.
-Siempre hay una primera vez.
-Tengo miedo.
-Lo he hecho muchas veces, confía en mi.
-¿Qué sucederá después?
-Quizás tengas unas molestias pero pasará pronto.
-Tengo miedo.
-Vamos a ello, cuanto antes mejor.

Me agaché, relaje mis nalgas y permití que aquel hombre entrase dentro de mi. No puedo decir que fue lo mejor que me ha pasado pero tampoco fue lo peor. No me gustó pero tampoco lo rechacé. Cuando acabó me subí los pantalones y le miré a los ojos. Los míos estaban llorosos, los suyos no. Era todo un profesional.

-¿Te ha dolido? -preguntó amablemente.
-Un poco, sobre todo al principio.
-Es normal la primera vez.
-¿Volverás a hacerlo?
-Cuando sea necesario.

Al cabo de cinco minutos salí de la habitación, me temblaban las piernas y aun conservaba en mi nariz la penetrante colonia de mi proctologo. De repente me di cuenta que la revisión de próstata iba a ser solo una vez al año. Menos mal. O no... estoy confundido.

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