Historias de barbería, son esas perlas de la jerga más coloquial que vivíamos los hombres mientras nos acicalaban para intentar no ser un oso peludo.
En aquellos años las barberías olían a Varón Dandy y a espuma Lea. La brocha era consustancialmente mágica y la navaja tenía un fino y frio brillo. Y no digamos la máquina con la que nos descargaban de pelo, esa que de cuando en cuando te producía un pellizco y sentíamos un frio escalofrío al adentrarse en nuestras cabezas.
En los lejanos finales de los años 70 las barberías estaban habitadas por barberos que lucían batas blancas impolutas, había sillas de madera, jaulas de canarios que cantaban exultantes, y de vez en cuando soltaban un exabrupto, infinidad de fotos del Real Madrid Colgadas de las paredes, y algunos periódicos donde figuraban en la parte superior de la cabecera el yugo y las flechas y también medio escondidas las primeras “Interviu”
Hoy las barberías son otra cosa. Todavía quedan algunas abiertas en algún rincón casi perdido en barrios y pueblos. Pero lo de ahora, sobre todo en las ciudades más grandes, es lo que se da en llamar peluquerías unisex donde a los hombres los arreglan de manera bastante más impersonal, te insisten en las modas estilo metrosexual, te ponen el pelo de punta, te embadurnan de potingues, consiguiendo así, que te quedes calvo más pronto, y en ocasiones, más que cortarte el pelo, a poco que te descuides, te lo toman directamente.
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