El primer paso para evitar estas situaciones es elegir un bien –puede ser también un servicio- para ofrecerlo a nuestros interlocutores . Productos para adelgazar, seguros de todo tipo, productos bancarios o financieros de diversa índole y cualquier tipo de coaching o curso de autoayuda, son muy eficientes a la hora de espantar a quienes nos rodean. Ya veréis cómo, luego de un poco de práctica, logramos introducir nuestra oferta en cualquier conversación, independiente del tópico tratado o situación en la que estemos.
En la segunda etapa de desarrollo se requiere de cierto apoyo físico. El merchandising es altamente efectivo, por lo que si utilizamos y/o repartimos chapitas, lápices, llaveros o autoadhesivos del tipo “¿Quieres bajar de peso? ¡Pregúntame cómo!” tenemos grandes posibilidades de triunfar en nuestra misión. Si hemos decidido ofrecer algún servicio, por muy físico que sea, puede apoyarse con tarjetas de visita. Cuanto más rebuscados sean los colores, tipografías e imágenes usadas, tanto mejor.
El último recurso –lo utilizaremos solo si los demás no han surtido efecto, algo altamente improbable –consiste en tener siempre a mano muestras del producto. Un simple “prueba esta pastilla” o “toma una cucharada de este concentrado de raíces del Amazonas para bajar de peso”, mientras extraemos el producto en cuestión de entre nuestras ropas, garantiza la inmediata estampida de quienes nos rodean. Si nos decantamos por ofrecer un servicio, la alternativa es simple, aunque igualmente eficiente: presionemos a nuestro interlocutor con un formulario de inscripción, contrato tipo o cualquier otro documento, para que se inscriba en nuestro “revolucionario programa”. Ya veréis cómo, por arte de magia, disponemos nuevamente de nuestro preciado espacio aunque estemos en la cama.
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