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domingo, 29 de enero de 2012

NOCHE DE TORMENTA

Después de una copiosa cena con churrasco, un buen vino tinto mencia, acabe  sentado en una de las mesas de aquel bar castizo, más ebrio que sobrio, masticando un chicle de menta mientras jugueteaba con un pitillo Winston entre los dedos ( había prometido mil veces que dejaría de fumar). Sólo había algunos habituales clientes de esos que nunca pagaban, vagos, timberos, chicas alegres, chulitos y algunos jugadores ocasionales de pool de las mesas del fondo y claro, también el “payo”, un decrépito personaje que no necesitaba beber para divertirse, estaba de pie detrás de la barra como siempre. Una mirada a la calle vacía de todo movimiento bastaba para desalentar a cualquiera para que entrara en el Chiringuito “ La Oficina”  no obstante muy frecuentado los viernes y sábados a partir de 12,00 pm. Leyendo absorto un número atrasado de una de esas revistas para hombres, alcé la vista al oír el chirrido de la puerta de la “Oficina”, y pude ver como entraba un tío elegante, delgado y muy alto, comparándolo con la talla media de los presentes (excluido yo).

 Iba el hombre vestido impoluto con un esmoquin de color oscuro (rata de alcantarilla). La camisa amarilla simulaba el color de los muertos por ictericia zapatos de charol negro brillantes, y una  corbata verde que era de un color aceitunado fosforescente. ( sinceramente no tenía ningún gusto en vestir) Le seguí con la mirada hasta que  se  sentó en la barra  y pidió un whisky.

El personal femenino estaba al acecho, como fieras que esperan a su presa. Marilú, vestida con una falda negra muy corta, una blusa rosa casi transparente y un diminuto tanga más ambarino que blanco, fue la primera en moverse a la sonrisa de aquel apuesto caballero que se desdibujó automáticamente al verla moverse; señal de que empezaba una noche de arduo trabajo.

El sudor brotaba a borbotones de mi agrietada frente con cada pedido que llegaba a mi mesa. Tenía más calor que el cortador de los kebabs, había comenzado hacer círculos en la mugrienta mesa con mi dedo índice que ya formaba parte del decorado del bar, fundiéndome con el ambiente ya era invisible para los allí presentes, las luces se revolcaban entre la multitud, el tugurio  ya estaba lleno y el bochorno se hacía cada vez más insoportable..


En un momento la Jacinta, y Marilú  empezaron  a bailar como si se jugaran la final en fama, danzando en una coreografía mezcla lambada, tango-reggeaton, prácticas exorcistas y elegantes técnicas milenarias de combate, Con complejos movimientos espasmódicos de un  ataque epiléptico, parecían desafiar las leyes de la física. Danzaban cargadas de sensualidad, con cuidados movimientos de su cuero cabelludo,  perfectamente estudiados. El impoluto hombre de la barra, de rostro color rojo ladrillo y  algo más de cincuenta años, enjuto como si los soles tropicales hubiesen secado toda la savia de su cuerpo,  se levantó del taburete y se puso también a bailar. Su radar había emitido una señal inequívoca. En seguida pude adivinar sus intenciones: un accidente casual o un contacto físico, de manera que se pudiera dar la oportunidad de intercambiar algunas palabras. Se acercó sigilosamente a Jacinta y con un malintencionado tropiezo, se abalanzó sobre ella.

Lamentablemente, no puedo continuar con la historia, pues mi cabeza se apoyo en la mugrienta mesa redonda y me quede dormido. Pero tal vez un Capullo que estaba sentado en la mesa contigua, con una cabeza de pepino, cara rojiza y al que le brillaban los ojos, y por la comisura de sus labios asomaba un hilillo de baba, pueda terminarla o contar otra versión de lo acaecido aquella noche de tormenta del sábado

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