Ser el campeón, ser
el primero o ser el jefe es ilusionante, aunque para algunos de los sujetos que
aspiran a ello, su fin es elevar su ego personal e intransferible, les encanta presumir
ante la galería y sus allegados, mostrando su nuevo estatus con fruición
orgásmica, lamentablemente estos sujetos mayormente trepas, acabaran siendo
simplemente hombres grises, y tienen entre otros, el defecto de opinar de
cualquier tema independientemente que se conozca o no, estos personajes solo
tienen en mente el reporte de los distintos beneficios, tanto sociales,
afectivos, como económicos, la cuestión es que estos cargos, llevan consigo una
fecha de caducidad como los productos en los supermercados, y muchas veces a un
alto coste tanto físico como social, sin embargo, ser un ex, tiene la grandeza de ser vitalicio, y
generalmente no tiene un coste apreciable.
La ventaja del ex,
es su experiencia vivida laboralmente y socialmente, sus aciertos y sus
fracasos, hacen ver la situación desde otro punto de vista más rico en
alternativas. Un ejemplo es como aquella frase que dijo un amigo mío intrínseco,
durante un Coffe break en la oficina, “ahora
con la edad tengo que usar gafas para leer de cerca, pero ello me garantiza ver
a los gilipollas de lejos”. Y es
entonces cuando surge la pregunta: Los
Gilipollas ¿nacen, o se hacen? La respuesta siempre es difícil de contestar, y
esto daría para otra disertación donde se plantee la delgada línea de
separación entre los trepas y los gilipollas.
De todas las
maneras casi todos somos ex de algo, y es que ser un ex, resulta una delicia
porque nos abre la inmensa posibilidad de decir o hacer aquello que nos dé la
gana, además de mandar a la mierda al autoritas o auctoritas de los cataplines,
independientemente que sea políticamente correcto, igual que los gatos con su
independencia, no necesitan un amo que les saque a pasear sujetos de una correa.
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